Comentario
Desde Baudelaire y aún más desde los impresionistas, la ciudad es el escenario de la vida moderna. En ella se desarrolla la Modernidad, y en ella padecen o triunfan sus protagonistas. Así lo vieron los expresionistas, Kirchner y Meidner especialmente. Después de la disolución de El Puente, en 1913, Kirchner empieza a pintar casi exclusivamente escenas de las calles de Berlín y en 1931 escribe: "La luz moderna de las ciudades, el movimiento en la calle; esos son mis estímulos. Una nueva belleza cubre la tierra... La observación del movimiento excita mi pulsión vital, fuente de creación". Sus inquietantes mujeres encerradas en abrigos largos, estiradas y geometrizadas por contacto con el cubismo y el futurismo, se paran delante de los escaparates o se mueven por calles de perspectivas aceleradas, en un mundo tenso a punto de estallar.Si comparamos las Mujeres en la Postdamer Platz, de Kirchner, con la Postdamer Platz, de Meidner, en "Die Aktion", ambas de 1914, vemos cómo en la primera esas mujeres, situadas en el centro de la plaza y tan grandes como los edificios, son las protagonistas, mientras los hombres, pequeños, las miran o se dirigen tímidamente hacia ellas. En Meidner, por el contrario, la multitud estalla y la plaza también. Da igual si son hombres o mujeres, lo importante es el estallido, el movimiento de la ciudad.Ludwig Meidner (1884-1966), un hombre muy relacionado con el activismo literario y miembro del grupo Los Patéticos (con Richard Janthur y Jakob Steinhardt), con los que expuso en Berlín en 1912 en la galería Der Sturm, publicó en 1914 su "Guía para pintar las grandes ciudades": "Tenemos que empezar a pintar de una vez el lugar donde hemos nacido, la gran ciudad que tanto amamos -escribía-. Nuestras manos febriles deberían trazar sobre innumerables telas, grandes como frescos, toda la magnificencia y la extrañeza, toda la monstruosidad y lo dramático de las avenidas, estaciones, fábricas y torres". Meidner propone penetrar profundamente en la realidad, pintar la vida en su plenitud, no recubrir superficies de una manera puramente decorativa y ornamental: "Pintemos -dice- lo que está cerca de nosotros, nuestro mundo urbano..., las calles tumultuosas, la elegancia de los puentes colgantes de hierro, los gasómetros suspendidos entre blancas montañas de nubes, el colorido excitante de los autobuses y de las locomotoras de trenes rápidos, los hilos ondeantes del teléfono (¿no son como un canto?), las arlequinadas de las columnas publicitarias y por último la noche, la noche de la gran ciudad.El dramatismo de una chimenea de fábrica bien pintada, ¿no podría conmovernos más profundamente que todos los incendios del Borgo de Rafael y las batallas de Constantino?".La suya es una ciudad sin espacios libres, con paredes angulosas, como en los decorados de cine expresionista, que se curvan comprimiendo y destruyéndolo todo. Calles llenas de gente que las ocupan por completo, tranvías y ventanas que sólo dejan ver angustia y soledad, opresión. Un espacio comprimido y destruido, un espacio negativo, de pesadilla, como los poemas de Van Hoddis o de Heym. La ciudad estalla ante un Meidner entre asustado y burlón, que se retrata en muchos de estos cuadros -Explosión sobre el puente (1914, Stuttgart, Galería Valorasen)-. Entre 1912 y 1920 pinta una serie de Paisajes apocalípticos, en los que las ciudades arden, estallan, se destrozan en mil pedazos, como en los poemas de Van Haddis que él mismo ilustró.Pero esta amenaza es todavía abstracta; no podemos precisarla con claridad; la notamos, pero no vemos su rostro. Y eso precisamente es lo que mostrará sin complejos George Grosz en sus ciudades. La calle será el escaparate de la sociedad: asesinos, prostitutas, soldados, curas, burgueses y suicidas se exhibirán como frutas en el mercado.